‘Chale’ con la desinformación sobre shale

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Si algo demuestra la experiencia estadounidense es que los recursos de shale (lutitas) se pueden aprovechar de forma segura.

Desde la década de los 40’s, cientos de miles de pozos se han estimulado usando la llamada fracturación hidráulica o ‘fracking’. No es una exageración: la Agencia de Información Energética de Estados Unidos (EIA) reportó 300 mil pozos – que, por cierto, representan más de dos terceras partes del gas natural producido en Estados Unidos — en su conteo hace dos años.

El extraordinario nivel de éxito y actividad ha generado un escrutinio intenso sobre la actividad. Sus detractores — en su mayoría activistas que se oponen al uso de combustibles fósiles y otras formas de producción de energía — han sido muy persistentes en demandar que la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) prohíba la práctica.

La respuesta de la EPA fue revisar exhaustivamente la información científica disponible. En 2015, concluyó que no existía evidencia para sustentar que haya mecanismos que vinculen al fracking con impactos negativos de forma ‘amplia y sistémica’.

Le pidieron ir más a fondo y ampliar la definición de fracking para incluir cualquier actividad relacionada con el proceso de fracking – desde el uso de agua hasta el transporte de materiales. Naturalmente, tratándose de un proceso industrial y usando una definición tan amplia, se identificaron algunos impactos negativos. Pero el reporte de diciembre de 2016 deja claro que se tratan de riesgos manejables a través de una regulación responsable. Esto, por cierto, ha sido confirmado de forma independiente por los gobiernos de varios Estados.

Entre tanto ruido, puede sonar difícil de creer. Pero la evidencia es contundente: la EPA (y más ampliamente, el gobierno de Estados Unidos) sigue permitiendo el uso de fracking tanto en tierras privadas como en territorios federales, que son administrados por el Bureau of Land Management. Solo el 2 por ciento de los estados de Estados Unidos lo han prohibido – sí, eso significa sólo uno de 50.

Los que están cerca de la práctica y la conocen mejor suelen apoyarla

Suele suceder que los lugares más alejados de la actividad constituyen el terreno más fértil para que los mitos propagados por el activismo se traduzcan en oposición. Texas, Dakota del Norte y Pensilvania apoyan decididamente el aprovechamiento del shale. Nueva York, que nunca logro que su producción despegara, no. Estados Unidos, nuevo líder mundial en producción petrolera, tiende a apoyar a la industria shale. Francia, famosa por tener producción petrolera muy limitada, prohibió el fracking.

Como el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, reconocido por sus políticas ambientalistas explicó, “ningún país encontraría… miles de millones de barriles de petróleo en el suelo y decidiría solamente dejarlos ahí”. Por el potencial económico que representa, se debe buscar la manera de que la industria pueda operar de forma segura.

México confirma este patrón. SENER, SEMARNAT, ASEA y la CNH, que han destinado una gran cantidad de tiempo y recursos en entender el tema, han concluido que los potenciales beneficios de desarrollar una industria shale en Mexico son grandes y que los riesgos son manejables. Para tal efecto, han desarrollado regulaciones estrictas y exhaustivas. Justo por eso hoy se puede hablar de una potencial ronda de shale en 2018.

Una serie de diputados de Movimiento Ciudadano, en contraste, no. Están proponiendo, de hecho, que el fracking se prohíba a nivel constitucional.

Naturalmente, si el argumento ambiental es insuficiente para sustentar la propuesta de prohibición, los puntos económicos que se esgrimen en la iniciativa legislativa menos.  El grupo de diputados sostiene que el desarrollo de no convencionales es insostenible y puede desinflarse de un momento para otro en una comunidad. Pero no consideran que es precisamente gracias al nuevo modelo energético mexicano serían los inversionistas privados los que asumirían el riesgo. Buscar prohibir la actividad bajo este criterio sería tan absurdo como prohibirle a Cemex producir cemento porque, en algún punto, la demanda de cemento podría reducirse, empujando a la compañía a cerrar su planta.

Creer que el éxito futuro está determinado por el nivel de éxito pasado, por su parte, es una lógica perniciosa – que preluciría el progreso en cualquier tipo de actividad económica.

No por ser mitos son inofensivos

La salida fácil, por supuesto, sería descalificar esta propuesta constitucional como una mera ocurrencia.

Desde la perspectiva política, se antoja muy difícil que tenga un impacto legislativo real. Es poco realista pensar que el Congreso de la Unión y dos terceras partes de los congresos locales voten a favor de una propuesta que limita tan claramente posibilidades de inversión y actividad económica.

Pero sería un error concluir que su poca viabilidad política la hace inofensiva. Si los técnicos no aprovechan la ocasión para explicar y desmentir, arrancando los mitos de raíz, cada vez será más difícil hacerlo.

Hace poco, GreenPeace esgrimió con claridad su postura, en su reporte titulado “Chale con el gas shale”, manifestando su oposición al fracking en particular y a la industria petrolera en general. Más bien, ‘chale con la desinformación sobre el shale’.

Ojalá se genere una discusión real, técnica y sustantiva. Un buen punto de partida es entender cómo, exactamente, se desarrolla un pozo no convencional.

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