Por: Gabriel Quadri
Parece factible un escenario de regresión en la institucionalidad y política de hidrocarburos en México, y la vuelta al monopolio estatal con todas sus implicaciones financieras, fiscales, tecnológicas, operativas, competitivas y de corrupción. El desmantelamiento de la Reforma Energética se ha convertido en un mantra del candidato puntero en la elección presidencial. Hay que creerle.
Antes de la Reforma Energética, México era una anomalía en el mundo por su institucionalidad petrolera monopólica, opaca y dependiente de decisiones políticas, envuelta siempre en un halo de corrupción. El monopolio petrolero fue capaz de descubrir y explotar con relativo éxito grandes yacimientos en aguas someras, accesibles con tecnología convencional y con muy bajos costos de inversión y operación (menores a 7 USD por barril). Fue el caso de Cantarell y de Ku Malob Zaap (KMZ). La renta petrolera de ambos nutrió fantasías nacionalistas, un gasto corriente desenfrenado del gobierno mexicano, y una ilusa evasiva a llevar a cabo una indispensable reforma fiscal. Se sentía que la embriaguez y adicción del Estado podía ser permanente, ofrecida por una sola empresa de gobierno, en ausencia de competencia, y de inversión y tecnología privadas nacionales e internacionales. Llegamos a producir casi 3 y medio millones de barriles diarios de crudo, mientras los ingresos del gobierno dependían en cerca de un 40% de la renta petrolera extraída a PEMEX.
Cantarell y Ku Malob Zaap empezaron a declinar sin nuevas adiciones significativas de reservas probadas, y sin ningún otro yacimiento super-gigante a la vista. La promesa de aguas profundas en el Golfo de México era inalcanzable por las limitaciones financieras, tecnológicas, logísticas y operativas del monopolio mexicano. Se colapsó la producción a menos de 2.5 millones de barriles diarios, y con ello los ingresos del Estado. Quebró y se derrumbó el escenario monopólico petrolero, último estertor del Desarrollo Estabilizador.
La izquierda sostenía que todo era deliberado para desacreditar al modelo monopólico, que se esquilmaba y sofocaba a PEMEX para justificar la privatización. También generó delirios de masiva inversión pública en nuevas refinerías, de imposible rentabilidad y viabilidad.
Mientras tanto, en Estados Unidos se explotaban intensamente yacimientos en aguas profundas de su Zona Económica Exclusiva y se desarrollaba la revolución del Shale (yacimientos de esquistos o lutitas).
En este contexto, es clarísimo que la Reforma Energética fue un imperativo práctico, financiero, institucional, competitivo, tecnológico, fiscal y operativo para recuperar algo de lo perdido en materia petrolera en un mundo globalizado. No fue un arrebato ideológico. Era absolutamente indispensable.
Cantarell ya declinó. El impacto ha sido fuerte, aunque amortiguado todavía por la explotación de KMZ. No hay un tercer yacimiento considerable en puerta. En unos 20 años, la producción de nuestros campos actuales será de apenas unos 300 mil barriles diarios. Es un séptimo de lo que hoy producimos (datos de la Agencia Internacional de Energía).
Como desea el candidato puntero y la izquierda que lo acompaña, podemos demoler la arquitectura institucional, regulatoria, y operativa de la Reforma Energética, y volver al monopolio, tratando de recrear el pasado pensando en un entorno petrolero que ya no existe. Nos podemos endeudar buscando un nuevo yacimiento super-gigante y nunca encontrarlo, apostándole a un modelo obsoleto, finiquitado, e inviable que presidió sobre el colapso en las reservas y en la producción. Quieren resucitar al monopolio, ignorando también su falta de gobierno corporativo transparente, y la corrupción estructural que incubaba. Ignoran la evidencia de décadas.
El modelo creado por la Reforma Energética permite atraer inversión, capital de riesgo y tecnología para buscar nuevos yacimientos rentables en un contexto competitivo sin comprometer recursos públicos, con licitaciones de transparencia sin precedente en México, y manteniendo el Estado mexicano la rectoría y regulación y la mayor parte de la renta petrolera. Tal como ocurre en más de 100 países. La Reforma Energética también abre el camino para una mejor administración de la renta petrolera a largo plazo en un Fondo Mexicano del Petróleo, de la forma como lo hacen los países más avanzados del planeta en esta materia (Noruega, Emiratos, Arabia Saudita, etcétera), capaz de acrecentar la riqueza pública con inversiones diversificadas y de alto rendimiento, y de preparar la transición energética hacia energías limpias y renovables. Es fundamental en México una reforma fiscal profunda, que provea al Estado de los ingresos necesarios sin depender de manera excesiva de la renta petrolera. La renta debe ir en gran parte al Fondo Mexicano del Petróleo, en esencia, para conducir con rapidez y eficiencia la transición hacia la sustentabilidad energética.
El tiempo se acaba. El petróleo será importante como combustible sólo unas pocas décadas más. La electricidad es ya futuro claro, y presente en curso en materia automotriz. Se mantendrá su relevancia como materia prima para la petroquímica; pero la demanda global de crudo será menor en órdenes de magnitud. Los precios serán mínimos, y nuestras reservas probables y prospectivas se devaluarán. Si permitimos la involución que López Obrador plantea, tal vez permanezcan bajo tierra para siempre.
Gabriel Quadri
Socio Director de Sistemas Integrales de Gestión Ambiental y ex candidato presidencial.