Manuel J. Molano: Energía eficiente

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Por: Manuel J. Molano

¿De dónde vendrá la energía en los próximos 25 años? Esta es una pregunta que siempre se hacen los amigos de ExxonMobil en su famoso reporte The Outlook for Energy: a View to 2040.

En 2013, tuve oportunidad de escuchar a Jaime Buitrago, uno de los ejecutivos de la firma, en la conferencia de energía de La Jolla, organizada por Jeremy Martin del Instituto de las Américas de UCSD. (Por cierto, este año la conferencia se celebrará el 24 y el 25 de mayo. Para entender las últimas tendencias geopolíticas del sector, vale la pena darse la vuelta a San Diego).

La conclusión de Buitrago fue que en los próximos años la mejor manera de satisfacer la creciente demanda de energía será a partir de eficiencias: tanto en la forma de producir como en la forma de consumir. Hoy, a cuatro años de distancia, esa conclusión se sostiene: la revisión de 2016 del mismo Outlook dice que la eficiencia energética ganará terreno en todas las regiones del mundo, especialmente China. Sin embargo, aún con las ganancias en eficiencia, se espera que la demanda total por energía incremente en 25% entre 2014 y 2040. Por lo tanto, «el mundo deberá perseguir todas las fuentes de energía [disponibles]».

Una manera poco tradicional de entender estas oportunidades de eficiencia es a partir del desarrollo de métodos ingeniosos para aprovechar fuentes de energía que antes se desperdiciaban. En este sentido, es cierto que “la energía” —como me decía hace años Enrique Hidalgo, también de ExxonMobil— «está en la mente de los ingenieros”, tanto como en los pozos de petróleo.

Las implicaciones para nuestro país son interesantes, en particular en el contexto de las reformas a nuestros sectores de hidrocarburos y electricidad. Sea por retos (como la creciente dependencia de nuestro país del gas de Estados Unidos) o por oportunidades (como las reducciones en el costo de energías limpias), México tendría que empezar a hacer inversiones importantes en todo tipo de tecnologías energéticas —convencionales y no convencionales— que permitan aprovechar cada ‘gota’ energética al máximo.

Tenemos que hacer eficiente cada paso de la cadena que va desde la extracción de hidrocarburos y el aprovechamiento de corrientes de aire o captura de fotones, hasta la distribución de esa energía a las personas y las empresas que la consumen. Subsidiar implica derrochar. El modelo de gestión de las empresas públicas que implicaba un subsidio del erario a las moléculas de combustible o a los electrones entregados, se ha vuelto absurdo.

Desde soluciones ingeniosas para impedir el robo de hidrocarburos y electricidad, hasta sustituir tramos enteros de la red eléctrica —que no son económicamente viables— por islas de generación distribuida, podrían ser soluciones para generar eficiencias. En este sentido, para asegurar la suficiencia energética del futuro, hace más sentido subsidiar los fierros y la adquisición de tecnología para evitar estas pérdidas, que seguir subvencionando moléculas o electrones que pueden terminar desperdiciándose. Mientras más ineficientes seamos, mayor será el número de moléculas y electrones que tendremos que subsidiar, en una carrera imparable hacia el abismo.

Esto nos regresa al contexto actual. Las reformas en materia energética permitieron transitar de un esquema donde había dos agencias del Estado a un mercado de energía plenamente regulado y supervisado. Aquí, el mercado ofrece una salida: la parametrización a partir de la competencia. Conforme más y más empresas se involucren en los diferentes eslabones de la cadena de distribución, la información generada a partir de su actividad dejará en claro donde hay oportunidades —ineficiencias que eliminar.

Usemos estas nuevas libertades de mercado para invertir en lo que realmente importa: conocimiento para generar eficiencia en el uso de ese recurso escaso. De ahí vendrá la mayoría de la energía que consumiremos en el futuro.

Manuel J. Molano
Director General Adjunto del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).

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